Añoranzas del Club Angol

Revivimos algunos de los momentos más pintorescos del Club Angol, institución en la que grandes figuras como Mauricio Heyermann, Edmundo Moller, Jorge Soto, Luis Jarpa y los «Roa Hermanos», dejaron un surco imborrable.

En la imagen: «Roa Hermanos» en acción. Ataja Hernán Roa en Tunante y arrea Roger Roa en Solitario, en la medialuna del Club Angol (1971).

Son cuatro caminos lindos los que llevan hasta una de las más tradicionales fiestas huasas del país: el rodeo del Club Angol. No en vano, año a año sin interrupción, se realiza con extraordinario éxito. De cuatro caminos distintos se llega a una medialuna acampadísima: en una de las fotografías que acompañan estas líneas se puede apreciar, aunque jamás con toda su belleza, el hermoso paraje en el que está ubicada.

¡Qué extraño! Qué extraño resulta que no se pueda eludir nombres cuando se habla de una institución corralera o de una medialuna. Surgen solos, aparecen en la imaginación como banderas invisibles ubicadas en los extremos de las quinchas. Al hablar del Club Angol, surgen los de Mauricio Heyermann, Jorge Soto o Patricio Jarpa, por decir sólo algunos.

¿Cómo no asociar la idea a Mauricio Heyermann, por ejemplo? Cómo evitarlo cuando fue de los primeros que incursionó en las grandes competencias de la Zona Central. Nos parece que fue ayer cuando lo vimos correr en San Fernando allá por 1935. Recordamos la sorpresa, la grata impresión que nos produjo entonces, saber que era un destacado profesional, que era el «Doctor Heyermann».

Han transcurrido 32 años y sigue con el mismo entusiasmo de entonces. Desde su cargo de Presidente del Club Angol, se proyecta como un ejemplo permanente. Y así como en su caso, ocurre con Jorge «El Colorín» Soto.

Club con vida propia es este de Angol, siempre encendido el fogón de la amistad y el entusiasmo. Un «huireo» aquí, un ensayo allí… Compañerismo y corridas, mientras cabalgan entonando la canción «Cuatro caminos» que es como el himno de la entidad compuesta por el socio Gustavo Vásquez. He aquí sus estrofas:

De cuatro puntos distintos, igual que la cruz de Cristo, pal’ centro de mi querencia, me llevan cuatro caminos. El sol sale por Huequén, con muchos ojazos negros, la fruta desde Malleco, y los copihues del cerro. Son cuatro caminos lindos, que llegan hasta mi Angol, y los cuatro traen notas, para formar mi canción.

¡Ay, Angol! Las cosas que yo te he visto, las calles que yo te quiero, las flores que te hacen lindo, las cosas que tienes tú, y que no tiene otro pueblo.

De los cerros de San Juan, donde hace olitas el trigo, bajan los indios que traen, las tradiciones consigo. Y bajan por el cañón, las carretitas de leña, que el huaso de la cordillera, con sus penitas rellena. Los cerros de Nahuelbuta, sus lomas y sus quebradas, te miran cuando de noche, pareces agua estrellada.

El batallón de huasos de Angol.

En 1962, para celebrar el centenario de la última refundación de Angol, los huasos locales quisieron rendir homenaje a la ciudad conformando un batallón que recorriera en una jornada la ruta que hiciera en 1863 el General Cornelio Saavedra Rodríguez que, buscando incorporar los territorios de La Araucanía, desembocó en el nacimiento definitivo de la localidad.

La Orden del Día del simbólico batallón determinó que el huaso-soldado Edmundo Moller sería su Comandante, teniendo por ayudantes a Lautaro Cáceres y Mauricio Heyermann. E indicó que el batallón de 180 jinetes en pingos corraleros debía unirse en Nacimiento a los regimientos Guías, Silva Renard y Húsares bajo el mando del Comandante Raúl Poblete.

En el punto de partida se vio que era imposible que huasos y soldados emprendieran juntos la jornada: los primeros sostenían que la jornada debía hacerse en una sola etapa, pero los militares rechazaron la idea por problemas técnicos y eventual agotamiento de su ganado ¡Qué son 62 kilómetros! Qué son si sobra voluntad y los pingos aguantan.

Y el batallón huaso partió a las 23:00 horas del viernes 30 de noviembre de 1962 por los senderos que se apegan a la Cordillera de Nahuelbuta.

¡Como verdaderos soldados! Disciplina absoluta, cantos, chistes, alegría de cabalgar la noche entre amigos, pero para beber… Sólo limonada. Un huaso transformado en soldado que revive conquistas, no puede llevar radio transistores ni esconder en su mochila cigarrillos Hilton ni Pilsener Escudo.

A las 04:00 de la madrugada, el batallón dijo alto en el fundo de Egidio Feliú. Allí los esperaba la «Chupilca del Diablo», la misma que reanimó a los huasos con que Eleuterio Ramírez cruzó el Desierto de Atacama. Los mancos intactos como para hacer otros 60 kilómetros.

¿Los jinetes? Eximios como son todos los huasos, sin la menor huella de cansancio. Jinetes y caballos unidos en fervor patriótico desfilaron bizarros ante una ciudad que los recibió triunfalmente.

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